jueves, 19 de julio de 2007

Que será, ¿será?

A pesar de que el futuro se ve borroso, me gustaría establecer contacto con el destino y construir algo a lo que la gente soñadora llama porvenir.
No sé que pasará ni que misterios habrá; en realidad no es algo que me interese mucho:
“bienaventurados los que no esperan nada porque nunca serán defraudados”.
Si me quisiera imaginar un futuro a largo plazo le pondría todas las cosas que se supone, deberían hacer a una persona feliz como un buen trabajo, una situación económica holgada, en fin: salud, dinero y amor.
Cuando alguien dibuja su futuro cual si se tratara de un menú, jamás piensa que vendrán fracasos, enfermedades, decepciones y malas rachas. No es algo que se deseé, pero se debe estar conciente de que estas cosas pasan, y que a final de cuentas, también son situaciones que ayudan a madurar; digamos que así se forjo el acero…
Pero el motivo, es que quiero adivinar mi futuro. Dicen que una persona puede casi adivinar lo que será de su vida echándole una ojeada a su niñez y primera juventud: lo demás sólo serán repercusiones.
El problema es que mi primera juventud está en marcha… Creo que no tengo ganas de hablar del tema; me esfuerzo y me concentro: Quiero que cuando tenga 24 años ya haya terminado la carrera, esté en un trabajo malpagado pero ahorrando lo suficiente para tomar un postgrado en la gran Sorbona de París. Tomando Francia como país base, conocer buena parte de Europa en tren y quizá el norte de África.
Regresar a mi país cuando tenga 31 o 32 años y considerar que Europa es hermosa, pero como México no hay dos. Con la experiencia que he tomado, quizá pueda conseguir un trabajo o montar una exposición con las fotos de mis viajes. Me aburriré de la vida que llevo y querré irme, ahora hacia el sur y visitaré mi continente. Cuando regrese, tendré una idea genial para un programa de niños (esto por la extensa cantidad de caricaturas y programas infantiles, que he visto toda mi vida) y me dedicaré a producirlo mientras me vuelvo masona y contraigo una enfermedad pulmonar que me obligará a dejar el cigarro. Me casaré con un hombre cuyo rostro no reconozco, (o quizá mi corazón siga latiendo en Qro.)
Desde este punto, a partir de los 45 años todo se vuelve más borroso, menos nítido. Ocurrió un apagón, a mi bola de cristal se le fue también la luz.

jueves, 5 de julio de 2007

Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es...


Esta historia en realidad no tiene un principio, quizá ni siquiera un final. Si quisiera encontrar el detonador de mis angustias pondría la fecha de hoy.
En realidad la guerra empezó mucho antes, cuando ni siquiera conocía a mi enemiga (que sigo sin conocer) y quise arrancarle los ojos, cortarle los pelos, patear sus riñones… En fin, el tipo de cosas que le haríamos al adversario invisible; al que nos acecha, nos hace rabiar, nos gana la partida y se ríe de nosotros.
Ese al que no conocemos, no nos conoce.

Mi enemiga vive lejos de mi furia, quizá presiente que la detesto y que haría muchas cosas para destruirla (si estuviera en mi naturaleza). Si nos conociéramos en algún lugar, la ridiculez y el humor macabro que tiene Destino nos haría amigas, cómplices, y porque no, hasta hermanas del alma.
Gracias a Dios no es así. Cada que viene a mi mente quisiera encontrar algo imperfecto en ella, algo que implosionara en su ser, mostrándola como la miserable que es. Ella me hace sentir miserable; se lo merece.
Regreso al que fue el inicio de una nada. Es curioso, cuando se pelea contra un fantasma no se le puede dañar porque prácticamente no está en el lugar, pero está. La mujer perfecta es mi fantasma: la bonita, la creativa, la emprendedora, ¡la intelectual! Todos los días inicio una lucha sangrienta con ella. Quiere ocupar mi lugar, (o eso creo).
Todo detonó con una historia; con que otra cosa podría ser. Los gusanos entraron en mi cabeza y note que eso que ella, seguramente escribió sobre la demencia del amor, lo escribí antes con otras palabras. Y él no lo notó.
Quisiera detenerme y explicar quien es él. Como en todas las historias, el maldito amor es el eje de la vida, y en ésta no podría faltar. Ese él, fue el que nos reunió.
La mujer perfecta me martirizó desde el momento en que él la nombró; él no sabe cuanto he sufrido por su indiscreción. Afortunadamente no soy una mártir.
Al principio me deje seducir por la sed de batalla. Quise ganar toda su atención mostrándole que yo era, soy mejor. Sin embargo, no lo noto y siguió embarrándome en la cara lo hermosa que ella era. Quise decirle que yo también guardaba belleza, tanto interior como exterior; cuando lo supo, me dijo que ella era creativa, con una imaginación infinita, y entonces le deje ver lo que ocurría en mi cabeza y hasta le regale una historia inmortal en la que había pingüinos volando y amores entregándose en un holocausto de emociones; cuando la leyó no dijo nada pero me mostró que las lombrices pueden ser mejores que esperar a ver un pingüino volar, y que la sangre en la boca supera un amor sideral.
Cuando volteó y sonriente mencionó que ella era inteligente e intelectual, quise salir corriendo de esa habitación; me desgaste, me canse, aullé de dolor… y a pesar de todo me quede.
Pero no lo puedo culpar. Yo decidí librar la batalla en la que sabía desde el principio que saldría perdiendo. Yo jamás podré ser lo que ella es, siempre me pondrá el pie en el cuello y a donde quiera que vaya me seguirá. Se burlará de mis errores, y tomará con simpleza mis aciertos. A final de cuentas, también la creé y decidí que me acompañara a donde fuera. Un último gesto de sumisión.
Pero, este es el momento en el que yo brinco de mi celda y la acuchillo con el instinto más primitivo de todos: la sobrevivencia. Sé que no le podré ganar, pero puedo destruirla en mi cárcel de ideas.
Puedo destazarla a placer; puedo jugar a que sus chinos son serpientes que la asfixian hasta la muerte; yo soy su verdugo final, y la odio tanto que no quiero conocerla, no deseo saber como es su cara, porque sé que habré perdido más, de lo que ya no tengo.
La he matado ya. Está desfigurada, rota, cansada, desmayada; a pesar de todo, debo pedirle perdón. El mar de odio se ha calmado y creo que debemos llorar juntas.
Tomo su invisible mano y la invito a salir de la misma celda en la que estuvimos presas. Limpiamos nuestras lágrimas y estrecho una mano casi en el aire.
Quizá, sólo quizá podamos ser amigas. Yo lo dudo en lo más profundo de mi corazón a pesar de ya la he perdonado; ella se aleja de mi vida, y caminando lerdo, se va a vivir al lugar en el siempre debió quedarse.
Yo volteo y sólo veo destrucción y desorden. Recuerdo el incendio de Nerón y el esplendor de Roma algún tiempo después del fuego. Sonrío.
Ahora puedo volver a empezar.

Espero que veas un pingüino volar

Para Alex
Un día me levante y vi pingüinos estrellarse en mi ventana. Pensé que seguía soñando, y trate de cerrar los ojos para atraer de nuevo la suave modorra que sujetaba mi cuerpo a esa hora. No pude, ahora un perro danés tocaba mi puerta, con un ramo de corales entre sus fauces.
Me dio miedo, como pude me vestí rápidamente y salí a recibirlo. Llevaba una nota en papel rosa, demasiado pálido como para no confundirlo con blanco; decía en grandes caracteres que me amabas y que sólo esperabas una respuesta.
Despedí al gran danés con la condición de que me dijera quien era el dueño de esas extrañas intenciones. El danés titubeó un poco y mis ojos se emocionaron sin mi permiso; de repente volteó y su gran hocico ladró asustado hacia un pingüino que se estrellaba de nueva cuenta en mi ventana.
No pude evitarlo, el corazón me latió tan fuerte que el danés se espantó de nuevo; se fue vociferando no sé que cosa y movió su cola hacia el horizonte.
Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo.
Recordé que días antes volaba por un cielo cuando vi algo que me llamó la atención; bajé de prisa, pues mi curiosidad siempre me ha matado y miré un ser sentado en una jardinera con corales de colores. Me acerque y noté que era un hombre, pero no uno cualquiera, éste sabía leer y le tenía sin cuidado que yo estuviese cerca.
Sí, recuerdo que cuando levantó la vista, sin preguntar nada, me extendió el libro que sostenía, lo miré y pensé que era la persona más maleducada que podía encontrar, aún así me intrigó lo que había escrito en ese libro que con insistencia me ofrecía: HOLOCAUSTO.
No había nada más que esa palabra.
Di la media vuelta y me fui como si huyera de la vida. Mis pies se habían vuelto de agua y sentí tanto miedo, que las lágrimas derramadas formaron el río que ahora pasa por delante de mi casa. Llegué a mi cielo, y di vueltas toda la tarde; apareció una luna tan pálida y tan rosa, que dudé de mi abuela cuando contaba que la luna era azul.
La palabra holocausto jugaba a la rueda a mí alrededor, mis ojos charlaban y decían que aquel hombre era algo y al mismo tiempo nada, era vida y también muerte, era fuego y hielo, era pingüinos chocando en un cielo privado, nuestro cielo. Mi cielo.
El holocausto era él, todo quemado holo= todo, caustos= quemado. ¿Era él el holocausto o era yo?
Regresé a mi realidad, mi tiempo presente. Me vi sosteniendo un ramo de corales y viendo a un danés asustado y violento en el horizonte. Supe entonces que el holocausto de mi vida estaba a punto de llegar cuando el fénix que vivía en mi corazón despertó.
Corrí a buscar al hombre más maleducado del mundo. La desesperación se apoderó del fénix, gritando que no podría renacer si no encontraba un momento seguro para volver a crearse.
Reí porque sabía que en algún lugar de la quinta dimensión, estaba ese hombre sentado en una jardinera de corales de colores, leyendo un libro con una sola palabra.
Y estábamos en otra ciudad bajo nuestro propio cielo. Los pingüinos aterciopelados nos veían tras la ventana; bailaban celebrando así, el nacimiento de un amor sideral.

El pingüino y yo

Este es el primer pingüino. Queda inagurado formalmente el espacio que dará cabida a intensas peleas de yo conmigo.
Los que quieran están cordialmente invitados a interactuar en este espacio, dedicado a presenciar los pininos seudo periodisticos de la que teclea freneticamente (osea yo).
Como primer invite, pongo a la vista del apreciable, un par de cuentos que han marcado mi vida de escritora.
El primero alude directamente al título de esta página; el segundo alude directamente a... bueno eso no se dice, pero si alguien se quiere poner el saco: ¡ADELANTE!